Tuesday, July 03, 2012

De cómo sus seguidores hundieron a AMLO

Bibiano Moreno Montes de Oca

@BibianoMoreno
mar 3 jul 2012

Si bien es cierto que Andrés Manuel López Obrador está en todo su derecho de impugnar las elecciones presidenciales de este primero de julio que no le fueron favorables, quedó claro que no sabe honrar su palabra, ni siquiera documento de por medio, por lo que aquí no cabe ninguna duda que el tabasqueño lo único que cumple… son años.

Pero no es con AMLO la cosa, sino contra sus fundamentalistas seguidores que son los que se encargaron de espantar a los indecisos que podrían haberse inclinado por el llamado mesías tropical, en virtud de que durante toda la campaña promovieron el odio y la violencia verbal –que devino, en algunos casos, en violencia física— hacia sus opositores, sin que jamás hubiera habido un deslinde o una llamada de atención por parte del Peje.

Fue así como los exacerbados fanáticos de AMLO terminaron hundiendo a López Obrador, aunque más lo terminaron de hundir al hablarle al oído para obligarlo a impugnar una elección que tuvo algunas irregularidades, cierto, pero no tan graves como para querer echarla abajo, como parece ser la perversa intención.

Mucho tiene qué ver en este asunto el traidorazo Manuel Camacho Solís, al que la amargura todavía lo corroe después de tantos años que no haber resultado  favorecido por el dedazo de Salinas de Gortari, que se inclinó por el sonorense Luis Donaldo Colosio.

A este respecto, parece que AMLO es fácil de ser conducido al suicidio por un sujeto (Camacho Solís) que ya aseguró su futuro político por seis años como senador, aun cuando pasó por encima de un joven al que ya se le había asignado la posición (algo de lo que no ha dicho ni pío el grupo #YoSoy132, ocupado en otras cosas más importantes; por ejemplo, “desconocer” al que será el próximo presidente de la República).

El candidato de las izquierdas ya había mostrado seriedad al anunciar, el mismo domingo por la noche, que esperaría a que el IFE diera a conocer los resultados oficiales de la elección. En ese momento demostró ser un político responsable y confiable; sin embargo, llevado por sus seguidores más extremistas, AMLO no se pudo contener las ganas y anunció lo ya por todos sabido: que impugnará unos comicios en los que volvió a perder.

Vuelta, pues, al López Obrador de siempre, que le hace caso a sus fanáticos y que se resiste a aceptar lo inevitable: su derrota por aproximadamente 3 millones y medio de sufragios. Y si hace seis años no se pudo demostrar el fraude por la apretada cantidad de medio punto, hoy ya no hay nada por hacer cuando la diferencia es de siete puntos.

Para colmo de males, una gran cantidad de jefes de estado de diferentes naciones del mundo ya han enviado su felicitación al ganador indiscutible de la contienda, Enrique Peña Nieto; entre otros, el presidente gringo Barack Obama. ¿Qué van a argumentar ahora los fundamentalistas de López Obrador? ¿Qué hay un complot del mundo entero contra su “guía moral y espiritual”?

El tabasqueño se equivocó desde el principio. En vez de hacer su numerito de la avenida Reforma en el 2006, hubiera aguantado a pie firme. A la vuelta de un sexenio, en este 2012, nadie le hubiera disputado la candidatura, primero; el triunfo, después. ¿Pero qué fue lo que hizo? Echó al caño todo lo que ya había  logrado, se autonombró presidente legítimo, puso al DF en vilo, asustó a muchos seguidores que se arrepintieron de haber votado por él y se presentó a una nueva elección –seis años después— cubierto con una piel de oveja que no alcanzaba a ocultar la cola de lobo.

Claro, López Obrador le hizo caso a los violentos de su partido. No quiso ser como Al Gore, que aguantó vara ante el supuesto fraude cometido en su contra en el 2000 para favorecer a George W. Bush. No me imagino al expresidente en el gobierno de Bill Clinton haciendo su numerito por alguna transitada avenida de la ciudad de Washington y autoproclamándose presidente legítimo. ¡Y vaya que la presidencia de EU es mucho más apetitosa que la de México!

Vamos, AMLO ni siquiera estuvo a la altura del brasileño Lula da Silva, que no hizo berrinche alguno cuando presentó su candidatura a la presidencia de su país por primera vez y perdió, ni en la segunda ni mucho menos en la tercera, que fue cuando finalmente obtuvo su recompensa.

La fuerza de López Obrador se circunscribe al DF, donde el candidato a jefe de gobierno, Miguel Ángel Mancera, ganó de calle a sus contrincantes, sin que nadie ponga en duda su triunfo. Eso es lo que envalentona a los fanáticos capitalinos: su fuerza en el Distrito Federal. Pero siguen con esa arcaica idea de que, fuera de México, todo es Cuautitlán, cuando precisamente el interior del país fue el que definió el triunfo de EPN.

Como sea, yo creo que AMLO aún tiene remedio, no así sus fanáticos seguidores, que ya lo embarcaron en otra batalla que está perdida de antemano.

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